En noviembre de este año, el periodista y presentador José Antonio Neme se burló en televisión abierta de la alcaldesa de Santiago, Irací Hassler, al cuestionar su postura sobre la construcción de la Línea 7 del Metro. En esa ocasión la infantilizó, la tildó de ‘hija’ y ‘mami’ y no titubeó al manifestar sus dichos denostativos. En un encuentro posterior, la jefa comunal lo emplazó y Neme le dijo: ‘Si usted se molestó o se sintió ofendida, le pido disculpas’, a lo que ella respondió: ‘Es que no se trata solo de ‘si usted se molestó’, porque ahí le pones el pero. Fue una ofensa hacia las mujeres, y no es que nos sentimos ofendidas. Fuimos ofendidas’.

Al poco tiempo se abrió el debate en redes; Neme le había faltado el respeto y con eso había invalidado, a través de la burla, no solo a una autoridad pública, sino que a todas las mujeres que han sido cuestionadas y denigradas por un hombre a lo largo de sus vidas. Y eso era inaceptable. Una terminología que conocemos bien se hizo mayormente presente por esos días. Lo que había hecho el presentador era un acto de micromachismo, que él mismo reconoció en su cuenta de Twitter unos días después; ‘La alcaldesa Irací Hassler tiene razón. Yo la ofendí y cometí un acto de micromachismo. Lo haré consciente para que no vuelva a pasar’, publicó.

Y es que el término micromachismo fue acuñado en 1991 por el psicoterapeuta Luis Bonino Méndez y designa, como lo plantea él, las sutiles y casi imperceptibles maniobras y estrategias cotidianas que refuerzan el dominio masculino y que atentan contra la autonomía femenina. Pero no por ser cotidianas son menos graves. ¿Es válido, entonces, seguir hablando de micromachismos? Incluso más allá de lo meramente semántico, la denominación supone que esos actos no son tan violentos, y por ende hay cabida para ellos en el diario vivir. Pero de situaciones mínimas no tienen nada. Por lo contrario, como explican los especialistas, perpetúan ciertas situaciones sistémicas de violencia. No se trata, como lo supondría el nombre, de acciones o comentarios mínimas o inocuos; más bien dan cuenta de vulneraciones graves que reproducen y refuerzan un contexto de opresión. ¿Por qué lo seguimos asociando a una menor gravedad?

Como explica el médico forense español y especialista en violencia de género, Miguel Lorente, lo ‘micro’ es una mera referencia para llamar la atención en la forma que tienen estos actos de camuflarse entre la cotidianidad, pero el machismo siempre es grave y sus impactos son a nivel macro. “Va variando de intensidad y fuerza dependiendo del contexto y de lo requerido para vencer a la resistencia. A veces no hace falta mostrar una expresión maximizada porque con menor intensidad es suficiente para lograr el objetivo de favorecer a ese hombre en particular y a toda una construcción social y cultural”, explica. “Por lo tanto no nos tenemos que dejar engañar por la intensidad (o falta de intensidad) de la expresión; al final se recurre a la intensidad necesaria para seguir el objetivo pretendido. Decir ‘tu no sabes de esto, no hables’ es machismo en toda su expresión, y cumple el objetivo sin necesariamente tener que recurrir a decir ‘eres una zorra esquizofrénica’. Así también pasa cuando los hombres se plantean como víctimas”.

Y es que, según el especialista, hay distintas maneras de aplicar el machismo que se van graduando o adaptando al contexto. El humor o la burla misógina es ejemplo de ello. Y es que así queda definido, según Amnistía Internacional, el humor misógino y sexista; como una forma de violencia de género sutil y poco explícita, pero igualmente peligrosa. En otras palabras, violencia disfrazada de humor.
Mariela Infante, directora ejecutiva de Corporación Humanas, explica que los micromachismos son conductas que no son evidentemente violentas, como lo son los femicidios o las discriminaciones estructurales, pero son parte de un gran sistema que a través de distintos fundamentos sustentan una jerarquía de género en la que mujeres y disidencias sexuales no tienen el mismo valor y más bien constituyen un rango inferior.
Por su lado, la socióloga Pía Guerra postula que, así como hay una ley que regula el acoso callejero, los denominados micromachismos también tienen que estar normados, porque los impactos de tales no son mínimos. “Las acciones micromachistas están tan naturalizadas, que las asociamos a un grado menor de violencia, pero se trata de la máximo expresión de la misoginia. Que se burlen de la identidad de género de una diputada electa, no es algo que esté bien bajo ningún punto de vista. Decir que el hombre no se dedica a las labores domésticas porque no sabe cómo, o porque las mujeres lo hacen mejor, tampoco tiene nada de micro. El mansplaining tampoco, por eso como sociedad ya no tenemos que caer en la mera diplomacia de decirle a las personas que lo que hicieron es inaceptable, es necesario contar con un marco legal que regule ese comportamiento”.
Publicado en Revista Paula