Por Lorena Fries, directora de Corporación Humanas

La lucha histórica de los feminismos -desde las sufragistas en adelante- se ha caracterizado por sus avanzadas y repliegues en los distintos contextos históricos en los que han actuado, utilizando todas las herramientas democráticas, incluida la desobediencia civil, la huelga, la performance y la competencia electoral. Han mantenido la demanda de cambio de siglo en siglo, en una suerte de proceso acumulativo, que en Chile al menos adquiere centralidad desde el 2018 en adelante.

Feministas de organizaciones sociales y territoriales, independientes y también de partidos, han logrado permear a la sociedad chilena y darle densidad a los proyectos y propuestas de transformación que exige el país. Los movimientos feministas se abren camino a los cotos de poder históricamente vedados y con ello incorporado nuestras voces, nuestras experiencias, nuestras propuestas y una práctica política que pone en el centro a las personas, a las comunidades y su relación con el entorno y el medio ambiente.

Como en todo, hemos sido exitosas para identificar lo que nos une de lo que nos separa, enfatizando aquello que nos es irrenunciable. Nuestras propuestas han abarcado una crítica frontal al modelo neoliberal y la exacerbación de las desigualdades, principalmente las de género, la condena a todas las expresiones de violencia y la exigencia de erradicación de las mismas, el reclamo por la soberanía de nuestros cuerpos y planes de vida, la comprensión sobre la importancia de nuestra fragilidad como sujetas y la relevancia de la sostenibilidad de la vida, la paridad en los procesos de toma de decisión y los derechos humanos como resguardo de nuestra dignidad.

Qué duda cabe que el reciente proceso electoral es una reafirmación de esa agenda común y que va más allá de las feministas, siendo compartida por la mayoría del electorado. En efecto, las mujeres que fueron a votar -el 15 y 16 de mayo- han respaldado crecientemente la agenda feminista y así lo constatan los estudios de opinión que ha realizado Corporación Humanas en los últimos años.

El logro de la paridad para la integración del órgano constitucional es expresión de la generación de condiciones culturales que lo permitieron. Más aún, la corrección de paridad aplicada a los y las electas en muchos casos benefició a varones, lo que confirma que “ley pareja no es dura”, aun cuando el costo lo pagaron lideresas que debieron sortear las enormes barreras que enfrentan las mujeres cuando incursionan en la arena política.

De las 77 mujeres electas a la Convención, la mayoría se autodefine como feminista o concurren con agendas de igualdad de género a su función. Las diez representantes de los pueblos indígenas hacen parte de la diversidad de mujeres que componen la Convención Constitucional, aun cuando seguimos en deuda con el pueblo afro-chileno que no fue reconocido como tal para ser incorporado a los escaños reservados. En consecuencia, mujeres independientes, representantes de la revuelta, luchadoras cotidianas engrosan el acervo habilitando diálogos que nutrirán el debate constitucional.

Por otra parte, las alcaldías encabezadas por mujeres rompieron con el techo de cristal que hasta ahora mostraban las cifras en los gobiernos locales. Es el caso de Emilia Ríos en Ñuñoa, Carla Amtmann en Valdivia, Macarena Ripamonti en Viña del Mar e incluso, en una de las mayores sorpresas, la elección de Irací Hassler en Santiago. Mención aparte para el logro de la candidata a gobernadora Karina Oliva que va a una segunda vuelta, quitándole hasta ahora la incuestionable hegemonía a dirigentes políticos tradicionales, y el triunfo de Constanza Schönhaut en las comunas más refractarias a los cambios, hablan de la fuerza desplegada y de una gesta basada en el apoyo y la colaboración.

Esa revolución feminista cuyos inicios nos anteceden y cuyas demandas se reactualizan en los tiempos actuales, llegó para quedarse.