Es martes en la mañana y en medio de la pandemia las medidas de seguridad se intensifican en el Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín.Alcohol gel, un túnel sanitizador y por supuesto mascarillas para todos los que ingresan. Pero no solo eso. Desde que llegaron los primeros casos de Covid-19 al país, se suspendieron las visitas con el objetivo de resguardar la seguridad de las internas. Desde ese momento las 501 mujeres que pasan sus días tras las rejas del penal, no han vuelto a ver a sus seres queridos. Más del 50% de ellas es madre y han tenido que conformarse con ver a sus hijos a través de videollamadas.

Es el caso de Giselle Muñoz. Tiene 30 años y 4 hijos de 15, 11, 8 y 3. Fue condenada a 18 meses, de los que ha cumplido 13 y medio. Es la primera vez que está presa y desde que entró sus hijos la han ido a ver sagradamente cuando le corresponden visitas. Pero desde marzo ya no pudieron volver. “Este tiempo ha sido muy doloroso. He sufrido mucho porque yo soy el pilar de ellos, su mamá y su papá. Hasta antes de caer presa me levantaba todas las mañanas a prepararles su almuerzo y los mandaba al colegio. El papá nunca ha existido, tienen solo mi apellido. Dejarlos fue el dolor más grande que he sentido en mi vida”.